Quise salir a recorrer esta nueva ciudad para mí. La noche había caído, y todo estaba en silencio. Era el momento perfecto para cazar algo.
Todavía no me acostumbraba al hecho de tener que cazar, pero mi cuerpo respondía por instinto.
Mis pasos lentos, despreocupados, me llevaron a un callejón. Ví a un hombre, mirando el cielo. Lo miré. No parecía un hombre, ni olía como tal. Debía ser un emófago.
Nunca había conocido a otro emófago, aparte de mí, claro, así que aproveché la ocasión.
-Linda noche. Se pueden apreciar muy bien las estrellas -expresé al desconocido-.